¿Que
entendemos por natural o normal? Aquello que es beneficioso para nuestro
organismo o aquello a que estamos acostumbrados?
Acostumbrados, sin duda, estamos a una dieta rica en azucares y carbohidratos. Lo que no escuchamos casi
nunca, es, que la glucosa es un combustible “de emergencia”.
Sabemos
que los dos principales combustibles metabólicos de nuestras células son la
glucosa y los ácidos grasos.
Para entender estos 2 sistemas de producción de energía los ponemos en comparación:
1. La Glucosa: el metabolismo ‘de emergencia’
convertido en habitual
Cuando
ingerimos hidratos de carbono, las enzimas digestivas transforman los
diferentes azúcares en glucosa.
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Cuando el
nivel de glucosa en sangre se eleva, el páncreas segrega cantidades
proporcionales de insulina con el fin de distribuirla: una parte se emplea para
proporcionar energía inmediata a las células, otra se transforma en glucógeno
para rellenar los pequeños depósitos de músculos e hígado y el sobrante se
almacena en el tejido adiposo, bien directamente o bien previo paso por el
hígado, que producirá triglicéridos (de ahí que el nivel de triglicéridos
dependa sobre todo de los hidratos de carbono ingeridos, no de las grasas).
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Cuando hay
glucosa suficiente, es el combustible preferido por el organismo. Éste
interpreta que se encuentra ante una situación de abundancia excepcional
y pone en marcha una serie de procesos destinados a almacenar la energía que
“cree” que necesitará más adelante, cuando vengan
épocas duras. Los niveles de insulina se elevan, se almacena grasa a partir
de la glucosa sobrante y, a la vez, la
insulina también impide que dicha grasa se use como energía.(¡!!!)
Nuestros
genes han sido labrados en épocas donde estos picos de glucosa eran
excepcionales, y sólo
ocurrían, como mucho, unas pocas semanas al año. Por ello, el cuerpo “dice”: atención, esta abundancia no volverá a suceder
en bastante tiempo, dejemos de usar reservas de grasa que nos serán muy
valiosas el resto del año, consumamos esta energía rápida que nos permitirá
sobrevivir un día más y aumentemos el panel adiposo para cuando vengan épocas
duras.
Los
depósitos de grasa de un hombre medio podrían mantenerle con vida durante
muchas semanas. Por contra, el total de depósitos de hidratos de carbono del
cuerpo se agotaría en poco más de un día o dos.
La insulina
es anabólica y promueve la creación de hormonas eicosanoides inflamatorias,
pero es un precio bajo a pagar a corto plazo, puesto que en otras épocas su
presencia era puntual.
El problema
es que la alimentación moderna, tan alejada de una dieta cetogénica, está
llena, a diario, de situaciones antes poco frecuentes: una pirámide
alimenticia con casi un 70% de carbohidratos llenos de energía, que nos cubren
de glucosa todos los días del año y hacen que lo que en otras épocas era
excepcional ahora sea habitual.
Y a esa
excepcionalidad convertida en habitual aún no se han ‘acostumbrado’ nuestros
genes y nuestra fisiología, tallada durante millones de años en la escasez y el
alimento poco denso en energía.
Nuestra
época, especialista en crear bombas de alimento, densas en calorías y glucosa,
nos hace permanecer todo el año en un estado de glucosa e insulina altas, con
la inflamación que ello conlleva. Un estado antinatural, si por antinatural
entendemos aquello que perjudica a nuestro organismo, por no ser a lo que está
acostumbrado.
Podríamos
trazar una ruta explicativa de todas las enfermedades crónicas partiendo de los
altos niveles crónicos de glucosa e insulina y su relación con la inflamación.
2. Las Grasas: el metabolismo favorable a
nuestra fisiología convertido en excepcional
Cuando el
nivel de glucosa en sangre desciende, como durante el ayuno o durante una dieta
cetogénica, nuestro cuerpo cambia a otro estado metabólico: la insulina
también disminuye y se eleva la hormona que la complementa y es su reverso, el
glucagón, producida igualmente en el páncreas. También se segregan en mayor
cantidad catecolaminas (epinefrina y norepinefrina), cuyo mecanismo de acción
es similar al del Glucagón con respecto al metabolismo.
Estas
hormonas hacen que se liberen las reservas de glucógeno y, cuando éstas se
agotan en parte, ponen en marcha el mecanismo de liberación de grasas.
La insulina
representa al estado metabólico de la glucosa. El glucagón representa el de las
grasas y ambas hormonas son los extremos de un eje: cuando la insulina es alta, el
glucagón es bajo y predomina el metabolismo de la glucosa. Cuando la insulina
baja, sube el glucagón y predomina el metabolismo de las grasas.
Siguiendo
con el lenguaje simbólico, durante milenios el glucagón fue nuestro mejor
representante, presente durante casi todo el año debido a una alimentación
muy similar a la dieta cetogénica, haciendo que el organismo viviera durante
los períodos de escasez, los más frecuentes, de las reservas de grasa
acumuladas en períodos de abundancia, los más escasos, durante los cuales la
insulina aumentaba.
En nuestros
días, el glucagón ha sido “arrinconado” por la insulina, valiosísima en
períodos cortos, nefasta cuando sus niveles están crónicamente elevados.
La relación
se ha invertido: la hormona del corto plazo lo es ahora del largo plazo, y
viceversa. Cada hormona “representa un estado” para el cual “no está
preparada”.
Dicho de
manera sencilla, el cuerpo tiene dos sistemas preferentes de uso de energía,
que funcionan casi en forma de interruptor. Aunque siempre existe una
convivencia de ambos tipos de combustibles, el organismo salta a uno u otro
dependiendo de las condiciones externas de acceso a nutrientes.
El ejemplo
más extremo de metabolismo “basado en la glucosa” lo constituye la dieta de la
civilización occidental. El más extremo de metabolismo “basado en la grasa” lo
constituye la dieta cetogénica.
Cuando la
cantidad de glucosa sobrepasa determinado nivel, la cetosis no es posible
debido a que la insulina corta la posibilidad de acceder a las grasas como
combustible. En ese
estado, casi todo el cuerpo utiliza la glucosa como principal fuente de
energía, a excepción del corazón, que usa con preferencia ácidos grasos.
Durante el tiempo de adaptación a la dieta cetogénica, el hígado produce
también cuerpos cetónicos a partir de los ácidos grasos. Al final del
período de adaptación a la dieta cetogénica, casi todo el cuerpo funciona con
ácidos grasos, mientras que el cerebro cubre entre un 60 y un 75% de sus
demandas de energía con cuerpos cetónicos, y el restante 25 a 40% continúa
necesitando de la glucosa.¿En qué consiste la dieta cetogénica?
La dieta
cetogénica consiste en limitar el consumo de carbohidratos hasta niveles muy
bajos y aumentar el de las grasas, manteniendo niveles adecuados de proteínas.
Los
alimentos de alto índice glucémico y alto contenido en carbohidratos (pan,
pastas, arroz, patatas, azúcar, todo tipo de galletas y productos refinados,
incluso legumbres) se sustituyen por verduras, setas y alguna fruta.
Se persigue
con ello que el cuerpo deje de emplear la glucosa como principal fuente de
energía y metabolice la grasa. La glucosa procede de los hidratos de carbono
consumidos y de una parte de las proteínas consumidas en exceso. Los cuerpos
cetónicos proceden de las grasas.
La dieta
cetogénica imita los efectos bioquímicos del ayuno pero sin necesidad de pasar
hambre.
Todas las
enfermedades crónicas están de alguna manera relacionadas. Lo que actúa contra una lo hace
contra todas. Tanto como decir que existe una manera ideal de tratar la mayoría
de enfermedades crónicas al situarnos en una especie de “zona bioquímica de
salud”, donde los procesos principales que rigen la enfermedad (consumo de
energía, hormonas, inflamación, sistema inmune) están equilibrados.
Fuente:
http://cancerintegral.com/dieta-cetogenica-contra-el-cancer-prejuicios
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